viernes, 8 de mayo de 2009

Reportaje: Niños, guerreros y zombies.

Oak vive en una chabola de las afueras de Bangkok, tiene seis años, no es mal estudiante, hace deporte todas las tardes en un gimnasio, y un par de veces al mes le parte la cara a otro niño sobre un ring de boxeo por una bolsa de 15 euros... Cada año, 20.000 críos tailandeses de seis, siete u ocho años, se suben a un cuadrilátero de Muai Thai, el deporte nacional, un tipo de lucha en la que se puede golpear con puños, codos, rodillas y pies. Cada año, cientos de estos niños ingresan en centros hospitalarios con comas cerebrales o magulladuras por todo el cuerpo.

Organizaciones de derechos humanos han conseguido que el gobierno de Tailandia eleve a los 15 años la edad mínima a la que un niño puede empezar a pelear, pero este reportaje de Cuatro demuestra que en el interior del país, en las fiestas de los pueblos, no se es tan escrupuloso con la legalidad. La cámara de Jon Sistiaga nos enseña cómo las mafias de las apuestas utilizan críos cada vez más jóvenes, para aumentar así el margen de sus ganancias. Cómo entrenadores sin escrúpulos aceptan que sus pupilos sean machacados por niños más mayores o más fuertes, con tal de no perder el dinero de esa velada. Cómo muchos padres gritan y animan enardecidos durante la pelea para que sus hijos noqueen al contrario, porque esa victoria supone la mitad de su salario mensual.

Niños que hablan de "pulverizar al enemigo", que se concentran para conseguir dar el golpe seco que desnuque al otro crío, que solo piensan en llegar a las grandes competiciones nacionales y ser una gran figura del "Muai Thai". Sólo uno de cada mil peleará en los grandes estadios y se hará rico, pero el sueño de muchas familias de desheredados en Tailandia es tener un campeón en la familia que les saque de pobres...

El reportaje de Jon Sistiaga 'Niños, guerreros y zombies' muestra también el rito del Wai Krug, una extravagante, caótica, turbadora y peligrosa ceremonia, en la que miles de hombres, la mayoría de ellos mafiosos y delincuentes, entran en trance, y son poseídos por los espíritus de los animales que llevan tatuados a sus espaldas.

El monasterio de Wat Bang Prah es famoso por los supuestos tatuajes mágicos que realizan sus monjes y que, según dicen, repelen las balas o cicatrizan los navajazos. La mayoría de los que acuden allí son miembros del submundo delincuencial tailandés, aunque también hay soldados y policías. Los tigres, monos o serpientes que llevan dibujados representan a su vez a divinidades del santoral budista e hinduista, y son como una especie de signo de pertenencia a un grupo de elegidos. Todos ellos se juntan una vez al año para recargar el poder mágico de sus tatuajes, y ese día, entran en una especie de trance colectivo. Jon Sistiaga esquiva como puede una estampida humana de miles de personas que, como si de una película de zombies se tratara, corren desaforados para todos los lados, gritando y lanzando mordiscos y zarpazos.


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